Aquel avión argentino derribado por los rusos
Fue en 1981, cuando transportaba un cargamento de armas a Irán. Lo habrían desviado de curso para lanzarle un misil.
"No sabés cómo se ponen. Cuando se vuelven locos, a los caballos hay que tirarlos al mar…” Ante la miraba casi desorbitada del niño en la mesa que compartían con tías y abuelos, el aviador describía, a principios de los años ’70, cómo era su trabajo en el transporte de carga aérea.
Unos años después, aquella sobremesa con el pariente que deslumbraba con el comentario de su actividad volvería al recuerdo una y otra vez. “Al marido de… lo bajaron en Rusia”, comentó la abuela, sacudiendo la cabeza con tristeza. Con el cerrojo informativo que había en plena dictadura argentina, poco se supo en 1981 sobre qué había pasado con el avión Canadair LVJTN, un turbohélice de la empresa Transporte Aéreo Rioplatense (TAR), derribado el 18 de julio de ese año.
Los medios argentinos, salvo algunas excepciones, simplemente aludían a la caída y a la investigación que llevaba la embajada en Moscú, a cargo del político sanjuanino Leopoldo Bravo (quien incluso había trabado amistad años atrás con el propio Joseph Stalin).
Por cercanía y mayor libertad, en Europa la noticia tuvo repercusión, especialmente en Gran Bretaña.
La Guerra Fría aún congelaba, pero la Unión Soviética comenzaba a profundizar su lento derrotero hacia la atomización en repúblicas que llegaría a comienzos de los ’90.
Era un mundo bipolar plagado de espías, conspiraciones en el marco de la disputa este-oeste o comunismo y capitalismo.
Con el tiempo aparecieron distintas versiones sobre cómo y por qué derribaron a ese avión argentino. Incluso un piloto soviético dijo haberlo impactado con su caza Sukoi, porque no podía lanzar un misil, antes de eyectarse.
Otras versiones aluden directamente a un disparo de misil antes de que pudiera escapar del territorio soviético.
El medio inglés Sunday Times, que presentó en la época la mayor información, aludió a un disparo de misil y a un cambio de curso del avión argentino, en principio generado con un movimiento del balizamiento que lo desvió pocos kilómetros hacia su territorio. De ser así, se trató directamente de una celada para generar el derribo.
El avión de TAR –empresa que vinculaban a algunos brigadieres de la Fuerza Aérea– cayó a unos 50 kilómetros de Ereván, capital de Armenia, después de haber partido de Chipre con destino a Irán. Según el mismo medio, era el tercero de doce viajes que debía realizar con armas israelíes hacia Teherán, que en ese momento libraba una guerra con Irak.
La operación por el equipamiento bélico se había realizado en Londres, por unos 15 millones de dólares.
Murieron tres tripulantes argentinos: Héctor Cordero, Hermette Boasso y José Butragueño. Pero el misterio se centraba en el cuarto pasajero, un inglés.
Según un investigador argentino consultado hace algunos años, a bordo del Canadair de TAR iba uno de los traficantes de armas más importantes de Europa.
Para abonar la trama, el brigadier Rodolfo Echegoyen, quien investigó el caso para la embajada argentina en Moscú, apareció muerto a comienzos de los ’90 con un disparo en la boca y varios golpes en su rostro. Aunque hubo sospechas, esa muerte no se la pudo relacionar de forma directa con el episodio ocurrido unos pocos años atrás.
En vuelo desde el ’62. El Canadair CL de Transporte Aéreo Rioplatense había sido construido en 1962. La empresa argentina operaba dos máquinas similares. En el momento del derribo, iban tres tripulantes y un pasajero.
fuente: www.lavoz.com.ar
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